Durante este verano, y como todos los años, somos testigos de las rebajas, períodos de descuentos en los precios de diversos productos, en los cuáles, las personas se agolpan contra las puertas de las tiendas para poder entrar; algunos son capaces de fulminar con su mirada al de al lado si osa arrebatarle los zapatos que tanto tiempo ha estado esperando y pueden incluso enzarzarse en una calurosa discusión por quién ha posado primero sus ojos en tal o cual prenda.
Se nos asegura que todo está "casi" regalado y se nos insinúa que seríamos unos “insolentes” al desaprovechar tal oportunidad. Para muchos es la excusa perfecta con la que dar rienda suelta al capricho inmediato y al voraz consumismo, haciéndonos con productos que apenas o ni siquiera llegaremos a usar; pero, si nos preguntasen por qué lo hacemos responderíamos convencidos que realmente los necesitamos, siendo vital seguir las últimas tendencias, (de lo contrario, algunos pensarían que no podrían salir de casa y eso les conduciría a los más terribles sufrimientos, ¡La sociedad les condenaría al ostracismo absoluto!).
¿Los necesitamos? o, en realidad, ¿lo que necesitamos es aparentar ante los otros, no pasarnos de moda; comprando una identidad para sentirnos especiales, distintos y valorados?
Ciertamente, aunque a veces podamos aprovechar los descuentos para comprar algo que realmente necesitamos y a lo que le daremos verdadero uso, la mayoría de las veces los adquirimos no tanto por pragmatismo sino por apariencia, estatus o estética, algo que lamentablemente parece esencial en el siglo XXI, recordándonos que aquella imagen del hidalgo que en la Edad Media anteponía su apariencia de noble a satisfacer necesidades tan básicas como comer, siendo para él una deshonra reconocer que no tenía dinero ni siquiera para llevarse algo a la boca, no está tan alejada de nosotros como podemos llegar a pensar. (Algunos podrían llegar a considerar que estar pasado de moda debería de estar penalizado, al menos, moralmente, ¿qué podrían pensar de nosotros? y, desde luego, ¡qué que no se nos ocurra repetir demasiadas veces modelito, sería peor que intentar colarse en el autobús!).
En el cine y la televisión los actores y presentadores parecen interpretar un número de magia cambiándose de prendas durante un corto espacio temporal en repetidas ocasiones.
De manera que, si antes la persona era admirada por entregarse por los demás, ahora, lo es por su imagen, ya no tiene porque preocuparse por el otro, tan sólo por su propia estética cayendo en un juego ególatra y superficial propiciado por el marco de una cultura de la imagen. Y así, el lema "Todos para uno y uno para todos" se ha visto sustituido por la idea "Muere joven y deja un cadáver bonito".
Se buscan las marcas, que pretenden identificar a la persona, de forma que no sólo se compra un producto sino una identidad. Las empresas lo saben bien, por eso la publicidad está plagada de gente feliz, triunfadora y atractiva. Entre otras, la industria textil se frota las manos y no es de extrañar que Inditex sea una de las empresas que más se han lucrado en las últimas décadas.
Finalmente la cuestión es: ¿Merece la pena estar atrapado por la propia imagen y tan ocupado pensando en qué compraré o me pondré a base de descuidar todo lo demás?
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