Imagina por un momento que don Quijote, genialmente retratado por Cervantes, no hubiese nacido en la España de la Edad Moderna sino en la Prehistoria , no en su amada Edad Dorada sino, concretamente, en la Edad de Piedra.
Puede que, en vez de enloquecer por la lectura de las novelas de caballerías, hubiese salido de su lúgubre caverna en busca de andanzas y después de observar durante horas las pinturas en sus paredes, haber convencido a otro cavernícola de gran panza y velar sus pieles, partiría cabalgando sobre uno de los antecesores de Rocinante. Tal vez no se topase con caballeros sino con cazadores, contra los que se enfrentase a pedradas en lugar de con una lanza. ¿Y qué me decís de los gigantes? En vez de éstos, podría confundir las chozas con enormes mamuts como los reflejados en las pinturas. Dulcinea del toboso, podría ser la troglodita con piel de oso y el sabio encantador Frestón podría ser cualquier curandero. Probablemente, lo que le preocuparía a nuestro amigo sería conservar su triste figura y ya no su honra, y con toda certeza ya no se llamaría don Quijote, ni mucho menos Alonso Quijano, como mucho puede que tuviese alguna onomatopeya por nombre, ¿podría ser Ote?
Pero, ¿este nuevo don Quijote seguiría siendo la misma persona que el Quijote de Cervantes? ¿A pesar del cambio de circunstancias, tendría la misma personalidad?
Para responder a esta pregunta tendríamos que realizar una aproximación etimológica, y así, la palabra "personalidad" proveniente del término prosopon hacía referencia a las máscaras utilizadas por los actores en la tragedia griega para señalar su papel. De la misma forma que la palabra drama proviene del verbo griego que se traduce por hacer.
Esto indica que en su primera acepción, la personalidad tenía un significado estrictamente conductista, teatral. La máscara era la superficie y la totalidad del personaje y estaría constituida por el papel que el actor desempeña, vinculado a un escenario. En el teatro, la acción no tiene sentido fuera del escenario, ésta no afecta al personaje, sino que lo constituye como tal.
El cambio de significado se debió a la Iglesia Católica , que llamó personas a cada una de las tres manifestaciones de la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) de tal manera que la personalidad perdió el matiz de máscara y pasó a representar el interior cuya imagen (el cuerpo) solo sería una sombra.
Por lo que la originaria visión dramatúrgica de la personalidad va invirtiéndose, dándose la vuelta hasta llegar a la actualidad, donde el personaje es concebido como alguien con características propias al margen del papel que representa, de forma que el concepto de personalidad pasa a sugerir autenticidad, privacidad e intimidad.
¿Podríamos entender ahora que si viésemos a Quijote alejado de toda época, totalmente descontextualizado, lo veríamos tal cual es?
Esta idea actual no tiene sentido, puesto que, si Quijote estuviese en tal situación ya no sería persona. El sujeto es forzosamente "sujeto en" (Era Moderna, Edad de Piedra) y no un ser independiente y previo (Quijote) que seguidamente entra en contacto con el mundo, sino que su entidad psíquica solo comienza a existir mediante su estancia en el mundo.
Sabiendo esto, ya podríamos pasar a entender que los personajes teatrales nos son nada más lo que hacen. En este sentido la personalidad sería la configuración de sus manifestaciones externas.
Y es que, como bien diría el maestro Cervantes en boca de don Quijote: "Cada uno viene a ser hijo de sus obras"
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